Leo esta mañana un artículo publicado en Ara.cat, donde se denuncia cómo muchas personas con discapacidad viven lo que describen como «una vulneración constante de nuestros derechos» a causa de barreras físicas, sociales y administrativas que permanecen invisibles para gran parte de la sociedad.
La pieza periodística explica que estas barreras no solo se encuentran en rampas ausentes o adoquines mal nivelados: también están en el transporte público mal adaptado, en entornos educativos o laborales que no contemplan la diversidad funcional, e incluso en la actitud de quienes consideran la discapacidad un “defecto” en lugar de una cuestión de derechos.
Un fragmento significativo del artículo en cuestión:
«Nunca pararíamos de quejas, vivimos una vulneración constante de nuestros derechos».
Ese testimonio resume una mezcla de hartazgo y determinación: hartazgo porque las promesas de accesibilidad quedan muchas veces en papel, determinación porque frente a la invisibilidad se alza la voz de quienes no aceptan resignarse.
Desde mi experiencia como paciente activo y la de haber ido en silla de ruedas durante casi dos meses tras mi último ingreso en 2024 y deseando contribuir con una mirada crítica, quisiera destacar dos reflexiones clave:
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Primero, la accesibilidad universal no es una cuestión de “comodidad extra” sino de justicia básica. Si una persona no puede acceder, moverse o participar en igualdad, entonces hablamos de exclusión. Las estructuras —físicas, sociales, normativas— deben revisarse activamente para convertirse en verdaderas infraestructuras de inclusión.
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Segundo, la visibilidad importa mucho. La sociedad necesita reconocer que estos obstáculos no son incidentales ni aislados: son una constante para amplios colectivos. Y reconocer implica actuar: exigir mejores políticas, adaptar entornos, educar sobre la diversidad funcional.
Para mí, la reclamación -lícita y oportuna- no es solo a quienes vivimos con discapacidad o a las asociaciones de pacientes para que hagamos campañas: es también a los ciudadanos, a las administraciones y a las empresas. Porque cuando hablamos de barreras, también hablamos de oportunidades perdidas, de entornos que podrían acoger a todos y que, sin embargo, siguen excluyendo. Y cuando una persona con movilidad reducida tiene que “pedir permiso” para ser visible, la vulneración ya se ha consumado.
También quiero orientar el alcance de esta mirada social hacia quienes viéndonos con el concentrador de oxígeno portátil arrastrándolo por la calle cual perrito (al mío le llamo «boby») y no se apartan un mínimo indispensable para que podamos pasar, acceder al bus, sentarnos en un banco ... no somos una molestia, conllevamos una circunstancia.
Por eso reclamamos también...
«Un poco de empatía por favor»
En definitiva: el artículo invita a que dejemos de “quejarnos” como acto pasivo y empecemos a reclamar con fuerza e inteligencia. Una sociedad verdaderamente activa —y paciente— sabrá reconocer los obstáculos, encarar la vulneración y construir caminos nuevos hacia la igualdad.
Fuente:
Ara.cat, «¿Y pararíamos las quejas? Vivimos una vulneración constante por múltiples barreras en la discapacidad». Disponible en: https://es.ara.cat/sociedad/parariamos-quejas-vivimos-vulneracion-constante-multiples-barreras-discapacidad_1_5557337.html
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