![]() |
| Imagen creada con ChatGPT |
El pasado martes, en una estupenda presentación sobre la EPOC de la fisioterapeuta Ana Carolina Marckiewicz de la fundación LOVEXAIR, apareció el concepto de la depresión y ansiedad que padecen algunos pacientes al intentar sobrellevar su enfermedad. Me hizo pensar en algunos pacientes que conozco y que no están deprimidos ni angustiados por su patología, sino que están instalados en una permanente espiral de negatividad: el sistema de sanidad pública está muy mal, no les gusta su hospital, no les gusta su médico, les atienden mal, no les escucha nadie, muchas colas en la farmacia, mucho tiempo para conseguir cita, el mundo está fatal, nos van a quitar las pensiones, etc. etc. etc.
Entendí entonces la oportunidad de escribir un post al respecto:
La negatividad no aparece porque seas débil, sino porque estás cansado de sostener demasiado durante demasiado tiempo.
A veces nace de algo tan sencillo y tan injusto como no poder cubrir una necesidad. Quienes vivimos con una enfermedad crónica lo sabemos bien: «no todo depende de la fuerza de voluntad». También pesan los recursos disponibles, los tratamientos que uno puede o no permitirse, los límites del sistema, las dificultades para pedir ayudas. Y en paralelo, el entorno: un mundo que sigue a un ritmo que tú ya no puedes seguir, o personas que —sin maldad— te miran como si funcionaras «a medias».
Estar enfermo no es solo lidiar con síntomas, es aprender a vivir en un mundo que no siempre se adapta a tus límites.
Luego llegan las noticias. El planeta parece una suma de crisis encadenadas, y tú arrastras un cansancio que no es solo físico. Ves el desbarajuste político, guerras, tensiones, incertidumbre, y cuesta no absorberlo todo como una esponja. La mente, cuando ya viene cansada, tiene una capacidad limitada para filtrar.
Pero lo esencial es recordarlo sin culpas ni autoexigencias: la negatividad no es un fallo personal. Es un síntoma más, una respuesta comprensible a una vida que pide más energía de la que a veces tienes.
La aceptación: un antídoto que no suena bonito, pero funciona
Aquí es donde empiezan los antídotos —los reales, no los de 'tacitas'—. Y el primero, aunque a veces suene incómodo, es la aceptación.
Aceptar no es rendirse ni conformarse: es dejar de pelear contra lo que no depende de ti. Es decirte: «Vale, hoy estoy así. Hoy no llego. Hoy me pesa todo.» Y desde ahí, curiosamente, algo se afloja. Dejas de gastar energía en la lucha inútil contra la realidad, y puedes concentrarte en lo que sí queda disponible y a tu alcance.
Aceptar lo que no controlo libera energía para cuidar lo que sí depende de mí.
A partir de ahí, aparecen otros apoyos que pueden acompañar a la aceptación. No son fórmulas mágicas, pero ayudan a que la negatividad no lo ocupe todo.
1. Poner nombre a lo que te está desgastando
Cuando todo se mezcla —dolor, cansancio, miedo, frustración— la negatividad se vuelve una masa informe que parece abarcarlo todo. Ponerle nombre es una forma de ordenar ese caos.
Nombrarlo no lo arregla, pero lo acota: ya no es “todo va mal”, sino “esto es lo que me está pasando”.
Al separar las capas, es más fácil no pagarlo con quien tienes cerca.
En mi caso, cuando pongo nombre a lo que siento, dejo de pelear con todo el mundo y empiezo a entender qué me pasa. Prueba tú a hacerlo.
2. Reconectar con lo que sí está bajo tu control
La enfermedad y el futuro escapan en gran parte a tu control. Eso desgasta. Pero siempre queda un pequeño margen, un trozo de vida donde tú sigues decidiendo cosas.
Son acciones pequeñas, casi insignificantes en apariencia, pero que te devuelven un mensaje importante: todavía hay cosas que eliges tú.
No estás cambiando el mundo, pero sí cambias la atmósfera de tu noche.
En mi caso, yo no puedo controlar todo lo que me pasa, pero sí puedo decidir el próximo paso. Prueba tú a hacerlo.
3. Abrir la puerta a otras personas
La negatividad crece muy bien en soledad. Cuando no se habla, se agranda por dentro. Abrir la puerta no significa buscar consejos, sino compañía.
No se trata de que esa persona te arregle la vida, sino de no quedarte solo con la carga.
A veces escuchar al otro también te saca, por unos minutos, de tu propia nube.
En mi caso, compartir lo que me pasa no hace que desaparezca, pero hace que me pese menos. Prueba tú a hacerlo.
Ser paciente activo también es admitir los días oscuros
La negatividad seguirá apareciendo porque forma parte del paisaje emocional de quien convive con una enfermedad crónica.
Un paciente activo no es quien nunca la siente, sino quien:
-
la reconoce cuando aparece,
-
la mira de frente sin culpa,
-
la acompaña con aceptación,
-
y busca pequeños apoyos para que no narre toda la historia.
«Ser paciente activo no es ser invencible; es seguir participando en tu vida incluso en los días en que todo se hace cuesta arriba.»

Comentarios
Publicar un comentario